Ayer a la tarde, hablando con una amiga salió en la conversación el tema de las ciudades, sus ritmos y sus tiempos. Ella de Bariloche y yo de Buenos Aires.
Mientras charlábamos recordé algo que me dijo Oscar, un hombre que conocí en Corrientes y que nunca estuvo en Buenos Aires.
Oscar me dijo: “Allá están todos apurados. Bah, eso es lo que veo en la tele. Van por la calle rápido, casi corriendo”.
-”¡Tal cual, es así! “, respondió mi amiga. “Cada vez que tomo el subte veo que la gente baja corriendo en cada estación. Y sin darme cuenta salgo del vagón apurada, camino rápido por el andén y al trote por la escalera mecánica. Aunque no tenga prisa y sin entender porqué ”.
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Hoy, mientras me preparaba temprano para ir a entrenar, pensé en la conversación de ayer. Y me pregunté:
¿Cuánto de lo que hacemos lo hacemos porque la mayoría lo hace?
¿Cuántas pequeños caminos seguimos sin darnos cuenta ni saber el porqué?
Aún cuando nos consideramos personas capaces de pensar “por fuera de la caja”, muchas veces nos descubrimos haciendo lo mismo que los demás sin saber qué los lleva a tomar esa decisión.
Por ejemplo:
-Alguien nos cuenta que su negocio está en todas las redes “porque todos lo hacen”.
-Nos piden una web parecida a la de su competencia.
-Nos contactan para que copiemos un embudo para atraer clientes que vieron funcionando en otro negocio sin saber cuál fue el objetivo ni porqué lo diseñaron así.
Parar.
Escuchar.
Entender.
Pensar…
Pensar por porqué y entender para qué.
Y entonces después -recién después- diseñar un texto, una web o una estrategia de comunicación a medida de cada cliente.
Una comunicación que no siga a los demás, sino que dibuje su propio camino.